Ya hemos regresado de nuestra épica epopeya, en la que hemos andado 16 días con los ojos como platos, y la boca abierta en un permanente “¡Ooh…!”. Japón sorprende a cada paso que das, te hipnotiza y te envuelve, tanto en el caos de Tokyo como en la relajación de las colinas de Nara…
Primero, pedir disculpas por un par de motivos principales:
1º. Por no haber escrito nada durante el viaje. Las conexiones al final han estado más difíciles de lo que esta neófita en la red creía. Además, el iphone será maravilloso, el mejor invento del mundo, y todo lo que vosotros queráis, pero a la hora de escribir, o tienes el lapicito ese, o tus dedazos frustrantemente acaban siempre marcando la letra que no es…
2º. Por no haber escrito nada durante el viaje. Porque cuando pillábamos un mínimo de conexión, ¿a qué no adivinais quién no la soltaba ni aíºn prometiéndole la luna…? ;) Y en los ryokanes con acceso libre casi siempre estaba pillado.
Pero no importa, he tomado notas de todo a la antigua usanza: en mi cuaderno de viaje. Os iré dejando fotos, anécdotas, sensaciones, vídeos…a modo de diario con retardo. Y por ir con retraso precisamente, empezaré por el final de mi diario:
“Me llevo muchas imágenes impresas en la memoria, y muchas sensaciones en la piel y en el gusto.
Hemos visto mil templos, subido montañas, montado en bicicleta, en barco, en tren y hasta en funicular. He bañado mis pies en el Pacífico, nos hemos emocionado en el Teatro de Kabuki-za, aíºn sin entender una palabra. Hemos llorado de profunda tristeza en Hiroshima y de alegría en Hakone.
Hemos saboreado mil platos, muchos de ellos aíºn sin identificar. Hemos comprado cientos de cosas, y hemos perdido otras para de golpe ganar una experiencia increíble (la cual ya relataré en su momento).
Nos hemos encontrado con el bullicio de Tokio, que llega a agobiarte, a hacer que te sientas solo y libre al mismo tiempo; y nos hemos topado con la paz de las calles de una nocturna Miyajima.
De los japoneses me quedo con la amabilidad de sus mayores, y con la sensación de libertad de sus jóvenes.
Me sorprende cómo duermen en cualquier parte, y me pregunto si su nivel de vida estresante no estará relacionado, ya que en otras ciudades “más tranquilas” no hemos visto este fenómeno tanto.
Me quedo también con la imagen de ancianos leyendo manga en el metro. Con la de las “lolitas” enseñando su piernas, pero nunca su escote. Me quedo con los íºltimos días en Nara y Tokio, donde pudimos saborear despacio su mundo.
Descarto los vicios y errores de esta cultura, porque, como todas, es imperfecta, y no hemos venido a eso.
Nos llevamos la mente y el corazón un poquito más abiertos. Y dejamos el alma pendiente deseando volver.”