Decidimos acercanos al cruce de peatones más transitado del mundo: más de un millón de personas pisan sus rayas blancas y negras diariamente. Tokyo alberga 55 millones de ciudadanos (áreas perifericas incluidas), así que no es de extrañar que posea un punto así.
Pero el primer día que traspasamos su boca de metro y salimos a su cruce, lo que más nos sorprendió no fue el bullicio, ni las pantallas gigantes de televisión, ni el caos organizado. Lo que más nos sorprendió fue la estatua de un perro, a cuyo alrededor acostumbran a quedar y reunirse los jóvenes tokyotas.
La historia cuenta que tiempo atrás existió un profesor de universidad, al cual su fiel perro acompañaba todos los días hasta Shibuya, donde el profesor cogía el metro para ir a trabajar. El profesor envejeció y murió, tal como rige el orden natural de la vida. Tras su muerte, su fiel mascota siguió acudiendo a Shibuya todos los días hasta que también murió. El orden natural de la vida…
En memoria de la fidelidad del can, y en recuerdo de un profesor que dedicó toda su vida a enseñar, el pueblo tokyota les hizo ese monumento, en el punto de la ciudad más transitado, y los jóvenes se han apropiado sabiamente del lugar.
Para reafirmar aíºn más la filosofía y el respeto hacia el otro de esta cultura que no deja de fascinarme, al lado de la estatua del perro te encuentras con esto:
¿Increíble, no? En Japón esta prohíbido fumar en casi cualquier sitio, incluso en la calle sólo puedes hacerlo en zonas habilitadas para ello.